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PRÓLOGO
Una de las más asombrosas cualidades de la poesía homérica es la extraordinaria vivacidad e inmediatez de su estilo. Esta cualidad fue comentada en la antigüedad por Longino, pero para nosotros en el mundo moderno es quizás Erich Auerbach quien mejor captura la esencia de su efecto en el ensayo “The Scar of Odysseus”, el primer capítulo de su celebrado libro Mimesis: The Representation of Reality in Western Literature. Contrastando lo que él llama el estilo alusivo y metafórico de narrar historias en el Antiguo Testamento, con la forma explicita y directa de Homero, Auerbach muestra que el impulso básico del estilo homérico es ‘representar fenómenos en forma transparente, visible y palpable en todas sus partes’. Es así que Homero ‘no reconoce antecedents, lo que narra es en su momento sólo presente, y satisface completamente tanto el escenario como la mente del lector, el estilo homérico no deja nada de lo que menciona a oscuras o encubierto. Sólo conoce una perspectiva de un presente uniforme y objetivo’. De manera similar los héroes homéricos ‘se despiertan cada mañana, como si fuera el primer día de sus vidas: sus emociones, aunque fuertes, son simples y recurren en forma instantánea’.
La vividez y la cualidad dramática de la narrativa homérica deriva en parte del hecho de que los personajes hablan constantemente los unos con los otros: nos vemos envueltos en sus historias y emociones como si fueran actores de teatro, tal como Platón nos ha mostrado en su representación gráfica de las tareas del rapsoda en el Ión. Pero también existe un aspecto visual muy fuerte en la poesía homérica, que se hace más evidente en los símiles, en la descripción del mundo natural y en las escenas representadas en las obras de arte, tratado por Carla Bocchetti en forma lúcida y estimulante en su libro: El espejo de las musas, el arte de la descripción en la Ilíada y Odisea. De hecho, una de las grandes paradójas de la tradición biográfica que envuelve a Homero, es pensar que era ciego. La leyenda sin duda deriva de la memorable descripción del poeta ciego Demódoco, en el libro 8 de la Odisea a quien las musas dieron el regalo de las música, combinado con la representación del poeta del Himno Homérico a Apolo, quien se dirije al coro de las mujeres de Delos pidiéndoles que lo recuerden en el futuro: “Un ciego habita en la abrupta Quíos, todos sus cantos son por siempre los mejores”.
Esta leyenda nos recuerda que aún en la antigüedad nadie sabía quien era Homero. Independientemente del hecho de que la Ilíada y Odisea fueran la creación de un poeta ciego o no, sabemos que detrás de la poesía épica yacen siglos de tradición oral y que no fueron la obra de un sólo autor en sentido moderno. Esta narrativa altamente sofisticada depende de las técnicas poéticas desarrolladas por generaciones de aedos, quienes guardaron viva la memoria del pasado y crearon la posibilidad para que cada época diera nueva vida al mundo de los héroes homéricos contextualizados en la lejana época micénica.
En la Ilíada el mundo natural es traído ante nuestros ojos a través de los símiles largos utilizados para dar vida y colorido a la narrativa, como por ejemplo cuando los guerreros Aqueos marchan por la llanura troyana en el libro 2 son comparados con una multitud de pájaros, gansos, grullas o cisnes de luegos cuellos, mientras se estacionan en las orillas “de la florida pradera del Escamandro, incontables, como las hojas y flores que nacen en la primavera”; son como bandadas de moscas que giran alrededor de cántaros de leche; sus líderes son comparados con los guías de rebaños de cabra y Agamenón sobresale por encima de todos como un toro entre las vacas (Il. 2. 455-483).
Estos símiles tomados en conjunto producen un efecto complejo de sonido de masa, espectáculo y confusión, y por supuesto son mucho más que decorativos. Un aspecto general que comúnmente se argumenta sobre la metáfora es que el impacto e interés de ésta en la poesía depende de nuestro sentido de experimentar un vacío entre los dos miembros de la comparación, y yo pienso que este punto es igualmente aplicable a los símiles. Es recurrente en la Ilíada sentir una falta de correspondencia o un contraste entre situaciones que se comparan entre sí, y Homero explota esta potencialidad de los símiles expertamente cuando compara escenas de guerra y muerte con escenas pacíficas del mundo natural. Así, en el libro 4. 482 Simoesio cayó en la batalla, como un álamo negro que ha crecido junto al río, y en el libro 8.306 la muerte de Gorgitión es comparada con una amapola que se comba por el peso de la lluvia. Esta comparación es particularmente conmovedora por el agudo contraste irónico entre una flor de primavera y la muerte de un guerrero en su plena juventud.
Esta técnica de yuxtaponer escenas de guerra y paz en forma tal que nos muestra como la guerra separa la gente de su mundo natural, no aparece mejor representada en otro lugar que en el escudo de Aquiles, hecho especialmente para él por el dios Hefesto en el libro 18. Este escudo, el ejemplo fundacional de la écfrasis en la literatura europea, está decorado con escenas grandiosas de la vida pacífica, de agricultura y festividad. Parece que las escenas pacíficas que predominan en el escudo tienen la misma función que las otras escenas de paz en el resto del poema, como las escenas que vemos en los símiles y en Troya, la Troya del tiempo anterior a la llegada de los Aqueos. Adicionalmente, el escudo nos ofrece un microcosmo de vida, y puesto donde está, es decir antes del duelo entre Aquiles y Hector, muestra la tragedia que se avecina contra el telón de fondo de un mundo y una vida más amplia que continuará como antes, aún a pesar de la muerte de los héroes que el poema celebra.
La Odisea contiene menos símiles que la Ilíada, como es de esperarse en el mundo variado y difuso que enmarca las aventuras de Odiseo y la atmósfera doméstica de Itaca. Aún aquí encontramos descripciones evocativas y vívidas del mundo natural: desde el exuberante paraíso de la isla de Calipso con su frondoso bosque y cipreses perfumados, su viña florida y su delicado jardín de violetas y apios, hasta el anhelado paisaje rocoso de Itaca, sus caminos angostos y áreas estrechas. Una de las escenas memorables de todo el poema, es aquella de la muerte del perro de Odiseo, Argos, que antes iba con su amo a la caza de cabras, cervatos y liebres, pero ahora yacía despreciado a la entrada del palacio donde los pretendientes abusan de la hospitalidad en ausencia del héroe. Pero cuando en silencio reconoce a Odiseo, mucho antes que los demás, mueve la cola con alegría y muere al ver a su antiguo dueño. La relación entre esta escena y el motivo que decora el broche de Odiseo, descrito por Odiseo mismo, aún disfrazado, a Penélope en el libro 19 de la Odisea, yace en el centro del revelador estudio de Carla Bocchetti, el cual explora las complejas interrelaciones entre la narrativa, el arte y la naturaleza en la poesía homérica.
Penélope Murray, D. Phil University of Cambridge, Inglaterra
Senior Lecturer in Classics, University of Warwick, Inglaterra